Antero de Quental (1991)-Urbano (1995). Fotografía de Pedro Ribeiro Simões vía Wunderstock, tomada de: https://wunderstock.com/photo/antero-de-quental-1991-urbano-1959_26978509974
La sociedad actual carece de sentido y profundidad sobre el asunto de lo ético y, de igual manera, ha reducido el ámbito de lo político a una cuestión instrumental. He ahí uno de tantos problemas que nos aquejan como ciudadanos: tendemos a reducir el ejercicio de lo político a unos cuantos, a quienes les concedemos la potestad de indicarnos cómo pensar y cómo actuar, olvidándonos del papel cívico que implica una responsabilidad de sí y un cuidado del otro, siendo esta la finalidad real de la ética y la política.
Por tanto, nuestra reflexión pretende hilar algunas nociones que, a nuestro juicio, pueden responder como alternativa a los posibles cambios individuales y sociales después del confinamiento. Nociones que además están latentes a propósito de la pandemia como coyuntura y resultado de una crisis generalizada en términos socioculturales, económicos y políticos que urgen a la reflexión y que arrastramos desde años atrás: lo político y su relación con la consciencia y la ética como principio.
Precisamente es el filósofo Jacques Rancière y otros intelectuales como Chantal Mouffe quienes mencionan la necesidad de diferenciar la política de lo político, entendiéndose la primera como el factor instrumental, institucional y jerárquico que está sujeto a la tradición establecida desde formas convencionales; por el contrario, la segunda comprende el ejercicio de la consciencia en sí como elemento determinante y causal de cambio. En ese sentido, el ser consciente de sí es lo que posibilita una participación individual y colectiva en el constructo de lo social. Así pues, considerarnos sujetos participativos supone dejar de lado el asunto burocrático de la política para iniciar desde lo político acciones como agentes de transformación.
Ciertamente, nuestras relaciones se desenvuelven y prevalecen bajo mecanismos de poder que se reproducen en la vida social y política desde la condición de una servidumbre voluntaria; sin embargo, es nuestro deber al pensarnos como sujetos autónomos, asumir el cuidado de sí y el del otro. Esta opción implicaría pasar de una visión vertical del ejercicio del poder a una visión horizontal, lo que quiere decir que seamos capaces de hacer un ejercicio contra-hegemónico frente al status quo, más allá de los valores establecidos.
El ejercicio de lo ético reconoce que somos en la medida en que nos permitimos el encuentro con otro ser, entendido ese otro como un extraño atravesado por el mundo en común. Bajo ese orden de ideas, la ética se convierte en principio y fundamento de la vida misma, por ende, debería ser nodal dentro de la formación y educación de nuestras sociedades en tanto ejercicio de la libertad, la responsabilidad y el respeto por la diferencia como un sendero de crecimiento individual en la medida en que permita reconocernos como sujetos sociales en paralelo al cuidado propio y de la naturaleza.
Ahora bien, el problema de lo ético es que lo hemos reducido a instrumento y sus efectos se perciben en nuestra actualidad en diversos ámbitos de convivencia. La dificultad de pensarnos como sujetos éticos y políticos parte de un cúmulo de efectos negativos del avance de la modernidad que se abrió paso a través de la razón instrumental y la consecuente explotación, dominación, exclusión y el consumo desmedido con sus estragos conocidos a nivel mundial. Dicha racionalidad aplaude el sometimiento de la naturaleza y nos impide entender que somos parte de ella en nuestra diversidad.
El virus podemos entenderlo como la irrupción de un acontecimiento límite resultado de la mala convivencia con el entorno. Hoy por hoy, la realidad nos coloca en una encrucijada: la de la humanidad como un fin en sí misma con sentido solidario, que en términos de Arturo Escobar se comprende como la <<relacionalidad>> u <<ontología relacional>>, es decir, una densa red de interrelaciones y materialidad que existe como mundo entero en el que minuto a minuto, día a día, a través de una infinidad de prácticas se vinculan una multiplicidad de humanos y no humanos. O la de la humanidad asumida con fines individuales de carácter utilitario, en la cual prevalece la capacidad del poder económico de decidir sobre quién puede vivir y quién debe morir, una reafirmación de la necropolítica: hacer morir o dejar vivir.
Abogamos pues, por una transformación desde lo colectivo que nos permita mantener un equilibrio entre los derechos del individuo -como efecto mismo de la modernidad- y el bien común, asumiendo la ética como premisa para la viabilidad de una existencia humanizada que vaya más allá de una visión antropocéntrica.
Laberinto imperfectum es un grupo de estudio interdisciplinario integrado por estudiantes de posgrado del Instituto de Investigaciones Históricas y del instituto de Investigaciones Filosóficas de la UMSNH y del Instituto de Investigaciones Históricas de la UAZ: Leidy Carolina Plazas, Rosanna Cedeño, Yennifer Alexandra Bonilla, Juan Manuel Giacometto y Nelson Orlando Vargas.
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