Fotografía de David Domínguez, tomada de https://www.pexels.com/es-es/foto/cielo-persona-punto-de-referencia-nubes-3439314/
En nuestra experiencia cotidiana la mirada es central en la relación con el mundo. Pero la mirada no nos presenta la realidad tal cual es, sino que aquella es un constructo que se realiza a partir de nuestras experiencias. En la conformación de la mirada es fundamental nuestra relación corporal con el tiempo, el espacio, la locomoción y la tecnología. En este breve texto quisiera adentrarme en la reflexión sobre una paradoja que el confinamiento nos ha hecho experimentar en términos de la mirada y de nuestra relación con el movimiento y el espacio.
El modo en que ciertas tecnologías han empezado a interactuar con nuestra vida ha transformado nuestra manera de construir la mirada. Lo interesante de los cambios en la mirada es que han hecho que sea posible compartir con otras personas nuestra mirada particular por medio de las imágenes, del mismo modo en que por medio de la palabra hablada o escrita compartimos el pensamiento. Este proceso inició con la aparición de la fotografía en el siglo XIX: la fotografía nos permitió compartir una imagen fija, no de la realidad sino de nuestra mirada. Sin embargo, el hecho de que seamos seres de locomoción hace que, tanto nuestra corporalidad como nuestra mirada, estén construidas en relación con el movimiento. Es por esto que el cine nos ha resultado tan interesante desde su aparición: las primeras filmaciones eran estudio sobre el movimiento; una de las más famosas es aquella película de la locomotora realizada por los hermanos Lumière, en la que se ve al tren acercarse velozmente hacia los espectadores.
Inicialmente tanto la fotografía como el cine, para la mayoría de las personas, implicaba la posibilidad de ver la mirada de otros en la imagen capturada. Pero con la aparición del video, que era un medio más accesible para muchas personas, la posibilidad de capturar la propia mirada se empezó a volver algo más cotidiano. La mirada, que durante siglos había sido exclusivamente personal, pudo ser compartida con cierta facilidad con otras personas por medio de la filmación. Esta posibilidad ha resultado fascinante, porque ha abierto una nueva forma en el modo en que nos comunicamos. Con la aparición de los nuevos medios digitales y de las redes sociales, la mirada ha tomado un sitio primordial en nuestra comunicación cotidiana.
La mirada tiene que ver con el tiempo, pero también con el espacio, por esto al adquirir la posibilidad de ser compartida, transformó nuestra relación con el espacio. La posibilidad de compartir la mirada con otras personas, sin importar su ubicación, ha relativizado nuestra relación con el espacio. Al poder observar en tiempo real lo que ocurre en el otro lado del planeta, se han acortado las distancias, en términos de nuestra experiencia corporal, porque la mirada se construye desde el cuerpo. Ver implica en cierta medida estar, sobre todo cuando se puede tener cierto grado de interactividad con lo que se ve.
En una primera instancia podríamos pensar que la virtualidad es algo ya integrado a nuestra vida y que el confinamiento únicamente ha intensificado nuestra relación con lo virtual. El confinamiento, sin embargo, ha producido una paradoja en la construcción de la mirada. En el confinamiento, la virtualidad ha adquirido un componente que ha vuelto a anclar nuestro cuerpo en el espacio real. Casi cada vez que entramos a la virtualidad se hace presente el hecho de que estamos ahí no por elección, sino por la inevitable sustitución del encuentro presencial y del desplazamiento que éste implica.
Para explicar dónde está la paradoja, quiero recordar la idea de que existe una relación entre la mirada y el cuerpo. Esto es importante porque nuestro cuerpo está definido por la locomoción y ésta vincula al cuerpo con el espacio y con el territorio.
Habitualmente nuestro territorio es bastante amplio: se extiende varios kilómetros fuera de nuestra casa. Cuando salimos de ese rango el espacio deja de resultarnos familiar y nos sentimos fuera de nuestro territorio. De algún modo esta construcción del territorio vincula a nuestra mirada con la locomoción y con nuestro cuerpo. Los nuevos medios digitales ampliaron enormemente el tamaño de nuestros territorios, pero el confinamiento los redujo drásticamente aún cuando nuestra relación con la virtualidad ha aumentado exponencialmente. Esta es la paradoja: nuestra mirada pareciera poder escapar, pero al no poderse sostener fuera de nuestro cuerpo, se sabe encerrada en un territorio que, al ser tan limitado, desarticula nuestra relación con la locomoción, que es a su vez el motor del movimiento en nuestra mirada. A pesar de contar con la virtualidad, pareciera que estamos atrapadas y atrapados en una fotografía.
Lo interesante de la paradoja es que aún con los meses de confinamiento seguiremos siendo seres de la locomoción. Si haber experimentado la paradoja nos permite hacer conciencia del papel que tiene el cuerpo y su movimiento en la construcción de la mirada, adquiriremos la posibilidad de repensar nuestra relación con el territorio. Quizá podremos descubrir que, así como la imagen filmada no es la realidad sino nuestra mirada capturada para ser compartida, el territorio es también un constructo que armamos con nuestro pensamiento, nuestra mirada, nuestro cuerpo, nuestra memoria y nuestra historia. Quizá podremos reconstruir nuestro territorio sabiéndonos responsables de él y a la vez pertenecientes él. Quizá podremos reconocer la importancia de la locomoción, del movimiento y de nuestro cuerpo presente en las relaciones interpersonales. Quizá podamos reconocer que tanto nuestros pensamientos y miradas están entrelazadas con las demás personas por medio de las imágenes y las palabras que generamos.
ALEJANDRA OLVERA RABADÁN.
Facultad Popular de Bellas Artes
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo
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