Cuarentena en tinta azul

Escrito por LISSETTE ALEJANDRA LARA FRANCISCO. Facultad de Economía “Vasco de Quiroga”, UMSNH
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Fotografía de Karolina Grabowska, tomada de https://www.pexels.com/es-es/foto/mujer-telefono-inteligente-escritorio-cuaderno-4476376/

Este texto lo escribí primero en un cuaderno. El mismo en el que tengo anotado el desarrollo de las ecuaciones que acabo de explicar a mis alumnos hace un par de horas. Desde que inicié como docente —hace poco más de ocho años— acostumbro llevarlo a mis clases; en él apunto las ideas más importantes de un texto revisado, comentarios o preguntas de mis estudiantes; algún dato relevante de la prensa del día, etcétera. Un compañero profesor hace un tiempo me preguntó: —Si ya puedes tener todo organizado en las aplicaciones de tu celular, ¿para qué sigues usando apuntes? —¿Qué puedo decir? —le contesté—: Soy de la vieja escuela…

Me gusta el “espíritu” de los libros impresos, su olor particular; usar separadores improvisados, los lapiceros de colores, las notas adhesivas. Por eso, cuando ese sábado 21 de marzo escuché la noticia que se redujo a la palabra “cuarentena”, no imaginaba que mi libreta de apuntes perdiera su protagonismo en la planeación de mis clases.

La incertidumbre total se apoderó de esos días: “Son pocas semanas”, pensé primero… “¿Qué lecturas puedo mandarles por correo, que les sean interesantes?” Hasta que el avance de la contingencia sanitaria nos enfrentó a la nueva realidad de no poder volver pronto a las aulas y que debíamos buscar alternativas para continuar con nuestras materias.

La segunda y la tercera semana giraron en torno al aprendizaje de las plataformas educativas virtuales. Y no sólo para encontrar la más adecuada para impartir mis clases, sino para apoyar a mis dos hijos en sus propias actividades encomendadas por sus maestros de primaria y secundaria. Decir que me sentí abrumada, es poco; no sabía por dónde comenzar. Leí un texto muy interesante, pero desalentador que decía que “no podemos comparar la educación virtual a la adaptación de programas presenciales en formato de videoconferencias”. Entonces, “¿estoy aplicando mal las herramientas?”, me pregunté.

Para la quinta semana comenzaban a pasar factura sobre mi cuello, las horas dedicadas a tutoriales y a la adaptación de los materiales para las clases virtuales. Después de que un raro cáncer me fuera diagnosticado en las vértebras cervicales en el año 2016 y que a través de un par de cirugías lo extirparan y colocaran una placa de titanio que prácticamente sostiene mi cabeza, fue todo un reto adaptarme a no poder virar el cuello, una vez que pude volver a la Facultad: si quería explicar una gráfica, tenía que voltear todo el cuerpo 180 grados después de dibujarla en la pizarra, para poder interactuar con el grupo. Ahora el reto consistía en resistir más tiempo de lo habitual frente a la computadora. Sonaba fácil.

No lo fue.

Día 75. Zoom, Meet, Classroom, Flipgrid, Socrative, Cisco. Logré aprender los aspectos más importantes de cada plataforma; unas gracias a mis hijos, otras por cuenta propia. Son una maravilla: ahorran tiempo una vez que las aprendes; como docente puedes concentrarte en el núcleo de cada parte de tu programa de estudios. Mis estudiantes se adaptaron en la medida de sus posibilidades (sería magnífico que todos los estudiantes en el mundo tuvieran las mismas condiciones de acceso a ellas…) y yo me adapté a ellos. Volví a escribir en mi libreta con tinta de varios colores. Observo las ecuaciones en el editor de Excel y en la hoja anterior a este breve texto, que fue manuscrito con tinta azul.

Día 92. Preparo el formato del examen final: ya casi es fin de curso. El formulario está configurado para asignar puntuación de inmediato, una vez recibidas las respuestas. Y la nostalgia aparece entre cada pregunta que redacto: “ya no veré a los jóvenes más que por una cámara. No los ubicaré tan fácil en el nuevo semestre. Traeremos cubre bocas, tal vez caretas… ¿será que podremos volver a vernos pronto?”

Me seguiré llevando mi cuaderno. ¿Qué puedo decir?

Soy de la vieja escuela.


LISSETTE ALEJANDRA LARA FRANCISCO.

Facultad de Economía “Vasco de Quiroga”

Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo

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