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En mi vida he tenido diversos momentos, en los que algunas situaciones me han sacado temporal o permanenemente de la rutina. Me dijo una de mis maestras: “bendice los cambios porque te hacen crecer”. Y los cambios llegaron con la pandemia. A principios de año, las noticias nos mostraban los problemas sanitarios que personas de latitudes muy lejanas padecian por la presencia de un nuevo virus. Después se empezó a hablar de la dispersión de la enfermedad a otros países. No se necesitaba mucha inteligencia para saber que, en un mundo globalizado, en algún momento también llegaría esta enfermedad a México.
Las escenas que habían mostrado las noticias, de personal sanitario con trajes, guantes, caretas con filtros recorriendo las calles, me parecían de película. No imaginaba algo semejante en México. Pero creo que yo, como muchos otros, no alcanzabamos a visualizar los infinitos cambios que el Covid-19 nos provocaría. Los sucesos internacionales que captaban mi atención pasaron a ser nacionales. El fantasma del Covid-19 se volvió una realidad y de repente saltamos de un fin de semana largo, al confinamiento eterno… pero ¿cómo fue que estabamos tan poco preparados para ese momento?
Entre los numerosos cambios que implican el quedarse en casa durante muchos días, está el frenar ese flujo veloz llamado rutina y organizar una nueva estructura no solo de actividades, sino de pensamientos. Entre el caos que estos cambios me trajeron, para frenar la vida y ponerla en un nuevo cauce temporal, se presentó la oportunidad de darme cuenta de lo que ya antes me había dado cuenta y volver a repensarlo y cuestionarlo: ¿por qué el ser mujer me llena de obligaciones infinitas?
En mi vida “normal” delimité claramente los esenarios, con personas, actividades, horarios y hasta temas acordes a la situación. Esto me permitiía organizarme, correr de un lado a otro, pero tener tiempos marcados para los diferentes roles y actividades. Los días se distribuían con la consigna de cumplir con las tareas del día e incluir las que el día anterior no se completaron. En la contingencia, el desorden inició porque los escenarios se transladaron al espacio privado y se traslaparon los actores, actividades y momentos que no encontraban su lugar, su hora de comienzo y finalización. Al parecer, el estar en casa días completos tenía una clara interpretación de fin de semana y con ello, sin importar el día, llegaron las solicitudes de desayunos elaborados, prepación de pasteles y galletas, largas sobremesas, juegos y peliculas familiares.
Los primeros días sirvieron incluso de descanso, pero poco después, mis pequeños (que estan acostumbrados a realizar diversas actividades físicas para disminuir la sobre-estimulación de la vida moderna) empezaron a sufrir el aburrimiento y no uno cualquiera, sino el aburrimiento profundo, además rodeado de paredes. Las pequeñas disputas por detalles insignificantes se hicieron más frecuentes e intensas. Mi rol de réferi se requería más veces al día. Para la tercera semana, los libros, juegos y actividades divertidas para niños ya las habíamos repasado varías veces y la queja del aburrimiento seguía presente, acompañada de irritabilidad, desgano y estrés. Con la intención de animar y motivar a mis pequeños acepté adoptar un perrito, que además de traernos alegrías también me aportó trabajo adicional, por si acaso me faltaba.
Durante la primera etapa del confinamiento, traté de conocer y entender la situación y por ello revisé diariamente las noticias, seguí las estadisticas internacionales, me enteré de los metodos persecutorios que eficientemente redujeron los contagios en países como China y Taiwan, de la falta de espacios para enterrar a las victimas del Covid en Bergamo… En fin, luego de dos semanas de leer drama y tragedia empecé a sentir angustía al reconocer lo incontrolable que parecía la epidemia y, peor aún, los pronósticos de sus secuelas. También agradecí por tener la oportunidad de trabajar desde casa, de tener gusto por mi trabajo, de tener salud y de contar con espacio suficiente para no vivir en hacinamiento. Lo sigo agradeciendo, soy afortunada.
Mi enfoque en lo internacional y nacional regresó a lo local, cuando después de las vacaciones de Semana Santa retomamos las clases virtuales. Se conjuntó una nueva forma de trabajo que requería adaptar los materiales de clase que previamente tenía preparados para las clases presenciales, el aprendizaje acelerado de plataformas y recursos digitales, la saturación de mi correo con las tareas de los alumnos que por estar de regreso en sus comunidades originales no tenian acceso a clases virtuales y que envían sus trabajos por internet, las clases de mis hijos (que a pesar de estar en el mismo grado escolar tienen clases en horarios diferentes), sus tareas y proyectos, la entrega de sus evidencias, los trabajos de la casa e incluso algunos problemas que requerián de un plomero (resultado de la exploración de mi aburrido hijo). Las primeras dos semanas fueron complicadas para reorganizar la vida familiar y laboral. Esos días me resultaron extenuantes, entre los horarios de las clases de unos y otros, las fechas de entregas y de recepción, las revisiones de tesis, la preparación de comidas, el apoyo en las tareas… por momentos ya no sabía a quién le tocaba qué.
Buscando mejorar la situación, me alejé un poco de las noticias y me enfoqué en las propuestas de actividades complementarias para sobrevivir al encierro. Por fortuna, en paralelo al drama había propuestas positivas, llamados a hacer un trabajo personal, creativo, propositivo, no solo para pasar la contingencia, sino para generar cambios hacía la nueva normalidad. Este llamado a la reflexión, entre otras cosas, me llevó a reconocer mi pobreza de tiempo, en donde los malabares diarios y más aún los del confinamiento limitan mi desarrollo personal y profesional y, claro, mi descanso y salud.
Y de nuevo aparecieron las preguntas que antes me había hecho y hasta algunas nuevas: ¿cómo y cuándo aprendí a anteponer a los demas a mi misma? ¿Cuánto tiempo y energía gasto al organizar mi agenda de trabajo remunerado y doméstico, las agendas de los hijos, el apoyo a mi madre y algunos otros detalles más? Y en este sinfín de actividades, ¿cómo hago para mantener una relación de calidad con mis hijos y el resto de la familia? ¿Cómo mantengo un ambiente doméstico organizado y una eficiente productividad profesional que garantice el complemento de mi salario? ¿Y quién reconoce todo ese trabajo? ¿Cómo puede ser que algo que requiere tanto tiempo y energía no merezca reconocimiento? ¿Y cómo hago para tener tiempo para mí, para cuidarme, para seguir con mi desarrollo profesional?
Las costumbres, hábitos e ideas que nos colocan a las mujeres como cuidadoras han ocupado hasta los más pequeños rincones de la linea del tiempo desde hace siglos, no solo a través de la educación familiar, formal, social, sino del imaginario colectivo e incluso han viajado como polizontes en nuestros genes. Esta maraña de causales que nos hace mujeres multitareas (multitask), con menor confianza en nosotras mismas, dadoras de atención por condición y receptoras de lo que nos quieran dar, debe buscar un mayor balance. Este debe basarse en el compañerismo, en la vocación de servicio, en la unidad y el bienestar colectivo y por supuesto en el amor, pero en un amor equilibrado entre el que doy a los y las demás y el que me doy a mi misma. Cuidar debería ser un valor a reivindicar y compartir con nuestra familia y en la sociedad. Cuidarnos los unos a los otros, en todos los detalles que nos permiten tener una calidad de vida incluyendo el cuidado del ambiente, nos guiaría a un desarrollo holístico y garantizaría un desarrollo humano para nosotros y para las futuras generaciónes.
Estas reflexiones las hemos discutido en casa, claro, a un nivel simplificado; asimismo, estamos poniendo mayor atención en la repartición de las actividades del cuidado, no solo para ejercer las actividades sino también para valorarlas. Sin embargo, encuentro mucho mayor reticencia de mi hijo que en mi hija. Así mismo, me he permitido tener unos minutos más de sueño y me he otorgado algunos minutos para hacer actividades de mi interés, para ello he tenido que ganar tiempo y espacio y en ocasiones ha sido dura la batalla. Espero que estos cambios se integren en nuestra visión de familia y que trasciendan a mis futuros descendientes.
La pandemia seguirá causando muchos cambios más, pero yo seguiré agradeciendo el momento de verme y repensar los cambios necesarios para encontrar mayor equilibrio para mí y un gran aprendizaje para mis hijos.
REBECA ANELI RUEDA JASSO
Facultad de Biología
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo
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