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A partir del confinamiento revisité el espacio doméstico, y con ello aspectos de mí misma que habían entrado también en cuarentena, pero mucho antes del Covid-19. Me llevé gratas sorpresas que no podré describir a detalle en su totalidad en este breve texto, pero de las que sí resaltaré las que considero abogan por una conciliación urgente del espacio doméstico y el espacio laboral en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, más allá de Covid-19.
Las mujeres universitarias, cualquiera que sea la función que desarrollemos o cargo que desempeñemos, estamos ya muy agotadas de llevar sobre nuestros hombros el peso de la carga mental del trabajo doméstico y de los sentimientos ambivalentes y mortificantes que nos despierta el no poder desembarazarnos totalmente de él, de coordinarlo, organizarlo, administrarlo, pero tampoco de verlo con buenos ojos y abrazarlo sin resentimiento, de luchar por defender su valor, su importancia y el peso enorme que tiene en este trabajo, el cuidado.
Desde que inicié a trabajar de tiempo completo en la Universidad, el espacio doméstico se erigió en mi peor enemigo, un verdugo, un amo insaciable al que me enfrentaba todos los días sin excepción y que sin excepción exigía tiempo, cuidado, esmero, organización, disciplina, buenos hábitos, rutina. Salir corriendo de la Facultad para llegar a casa a preparar alimentos y esperar a una hija adolescente que ante el menor tropiezo en esos ritmos de lo doméstico estalla en ira, o en quejas ridículas de que preferiría tener otra madre, una madre que no trabajara fuera de casa, provoca dolor, culpa, miedo, vergüenza. Muchas veces me cruzaron estas preguntas: ¿cómo explicarle a una hija pequeña que su madre es una mujer con ambiciones y compromisos profesionales?, ¿cómo explicarle a la Universidad que la profesora, la intendente, la directora es una madre con ambiciones afectivas y compromisos de crianza?, ¿de qué manera hacer saber tanto a la familia como a la universidad que a las mujeres nos importan las dos esferas y que tenemos derecho de conciliarlas para un mayor bienestar personal, social, familiar y laboral?
A varios años de distancia desde aquel entonces, y ya con hija adulta haciendo su propia vida fuera de casa, no tengo respuestas para esas preguntas que no pasen por la reflexión en torno a la falsa dicotomía entre lo público y lo privado que presupone que las mujeres se llevan mejor con lo privado ligado a lo doméstico y familiar, y que los hombres son más aptos para lo privado ligado a lo laboral.
No hay nada más falso que esto, pero lo que importa es que, a pesar de ser falso y de saberlo, muchas mujeres y la mayoría de hombres seguimos creyendo en ella. De ahí que como ha ocurrido durante esta pandemia, las mujeres académicas con hijas e hijos en edad escolar se han tenido que dividir en mil pedacitos para atender sus compromisos laborales a la par y bien a sus compromisos familiares, sufriendo en silencio esa sobrecarga de convertirse de la noche a la mañana en madres-maestras-cuidadoras-administradoras del hogar- aunque muchas de esas desgastadas mujeres tengan marido, compañero, pareja compartiendo el espacio doméstico con ellas, y que no se convierten de la noche a la mañana en padres-maestros-cuidadores-administradores del hogar. La falsa dicotomía cobra visos de realidad al triplicar la carga de trabajo de las mujeres.
El verme forzada a permanecer en casa me ha permitido cuidar mi cuerpo y mi salud de una manera mucho más armónica, he podido cocinar desaceleradamente, limpiar con más calma, comer a mis horas. Me siento mucho muy reconciliada con el espacio doméstico que habito porque puedo hacerlo con prioridades inversas con respecto a las que gobernaban mi vida sin encierro: primero el trabajo, luego todo lo demás.
No es que durante el confinamiento esté siendo todo exactamente al revés, pero sí que comer, dormir, respirar bien es más importante que el trabajo acelerado, y que el tiempo del trabajo está acotado y no extendido ilimitadamente. Esto es lo que me ha sorprendido: las mujeres podemos realizar ambas tareas, las domésticas-privadas y las laborales-públicas con cierto nivel de satisfacción y disfrute, siempre y cuando los márgenes temporales sean justos y dignos. El espacio doméstico no tiene por qué ser un enemigo, o un verdugo ni el espacio laboral ser el único importante y valiosa fuente de reconocimiento individual.
Hemos de seguir luchando porque la Universidad diseñe políticas de conciliación espacio doméstico-espacio laboral para que más mujeres académicas, estudiantes, administrativas de nuestra comunidad vivan vidas con menos malestares y con mayores posibilidades de realización, tanto en el plano laboral como en el familiar.
FLOR DE MARÍA GAMBOA SOLÍS
Facultad de Psicología
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo
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