Fotografía de Andrea Piacquadio vía Pexels tomada de: https://www.pexels.com/es-es/foto/persona-gente-mujer-vintage-3769697/
Realmente la crisis del Covid-19 está exhibiendo muchos de los problemas que la sociedad mexicana padece en el área educativa, entre la desigualdad, la mala calidad de la educación básica y lo lento que se mueven los modelos educativos en México y que los incapacita para responder adecuadamente a un mundo en constante transformación.
Desde hace varios años se exige de los sistemas educativos, no importa el nivel, una transformación tecnológica que permita apoyar el aprendizaje bajo cualquier circunstancia, dar cobertura universal, acceso igualitario y brindar una preparación a los estudiantes para enfrentar diversas condiciones que la revolución tecnológica (en particular en las llamadas TIC) y la globalización están obligando.
Y la contingencia nos ha mostrado que la desigualdad y la precarización de la educación pública son un lastre enorme. En mi experiencia “frente” a grupo, alrededor del 30% de los jóvenes que atiendo en licenciatura no tiene acceso a internet, ni equipo adecuado y/o las comunidades en donde viven no tienen modo de que los estudiantes se conecten. Forzando mucho las cosas, ese grupo se ha vinculado al curso con muchas dificultades y con recursos que no son los mejores. Pero el acceso no es todo el problema y de hecho rebasa a la propia Universidad, que no puede suministrar estos materiales (computadoras, tabletas, conexión) para el trabajo desde casa.
Hay otro problema que se ha evidenciado, al menos en mi grupo y de otros profesores con los que he platicado. Capacitarse en el uso de las herramientas tecnológicas para las clases representó un ligero tropiezo para profesores y alumnos, quienes en general aprendimos rápido, al menos con algunos recursos y hay muchos más disponibles y que bien podemos comenzar a explorar. Mi queja y la queja constante de otros profesores tiene que ver con cierta actitud de pasividad de los y las estudiantes…
La educación en línea requiere de los estudiantes un gran trabajo de autoaprendizaje. Es claro que no podemos brindar una clase de la manera tradicional, con el profesor conduciendo y determinando lo que el estudiante debe aprender (y no debemos hacerlo tampoco en la “normalidad”). En las nuevas condiciones también está limitado el volumen de información, comentarios, ejemplos y todo aquello que le da una gran riqueza a la sesión presencial. Hay que adecuar mucho del material a las nuevas circunstancias.
Pero adecuar no significa o no debería significar sacrificar y simplificar al exceso la información. La idea es que el estudiante gestione mucho de su aprendizaje. La información y recursos son abundantes y están allí para quien sepa aprovecharlo.
Pero aquí tenemos un problema muy serio. En términos generales, la formación previa de los estudiantes cuando nos llegan a la licenciatura está basada en “certezas”. Fundamentalmente, los conocimientos de la ciencia se les han enseñado como una colección de datos, conceptos, principios, reglas para memorizar. En este sistema de enseñanza, lo fundamental es la memorización y no la comprensión, la apropiación del conocimiento.
La ciencia es una actividad muy dinámica en donde constantemente surgen problemas y preguntas nuevas de interés científico y social, que requieren la comprensión y la capacidad de resolver problemas derivados de la complejidad de la naturaleza.
Si bien el aprendizaje de conceptos es necesario para la comprensión de la ciencia, la enseñanza basada solo en ello genera una visión y una posición pasivas frente a la dinámica de la ciencia. Los problemas y preguntas aportados por ella no son comprendidos por los estudiantes, quienes no pueden tomar decisiones informadas o resolver problemas.
Este modelo tradicional genera usuarios pasivos de la tecnología y no estudiantes creativos e innovadores. En términos generales, mis estudiantes no sienten la incertidumbre y el deseo de conocimiento, es decir “no lo sé, pero lo quiero saber”. Frecuentemente hago algunos ejercicios para detectar esta situación y pocos estudiantes tienen realmente conciencia de cosas que ignoran. Como yo les digo, no saber algo no es ningún problema, basta con aplicarse y se puede aprender, conocer. El problema es más serio cuando no saben que no saben.
Y esto me pasa muy seguido, les proporciono material (algunos textos o ejercicios) que requieren conocimientos previos, que además ya llevaron en semestres anteriores o en la educación básica. Conceptos básicos como puentes de hidrógeno, enlaces químicos, energía libre, glucolisis, son temas que se encuentran en sus programas de materias anteriores que ya acreditaron… pero que ya no recuerdan. El asunto es que tampoco están concientes que no saben y por lo tanto no buscan resolver sus dudas, porque no hay dudas, para consolidar el aprendizaje de lo que estamos discutiendo en ese momento. Es más, muchos ni siquiera recuerdan que ya lo aprendieron en algun momento previo. Esto hace muy complejo y tortuoso para todos (profesores y estudiantes) el aprendizaje.
Decía yo que la educación recibida está basada en certezas. Las dudas, las preguntas, no fueron ejercitadas, incluso han sido estigmatizadas a base de ideología. El alumno preguntón es estigmatizado y sujeto a acoso. En casa, en la escuela, en la sociedad le dictan qué aprender y cómo memorizarlo a través de la autoridad, hasta que se olvida de que la duda es el motor del conocimiento, que estudiamos para generar preguntas y que la resolución de estas de manera constante y sistemática es lo que nos permite aprender.
Es claro que no podemos resolver esta situación en la universidad de manera aislada y que tampoco lo resolveremos en esta contingencia sanitaria, pero sí debemos ir tomando nota de esta situación para cambiar nuestro modelo educativo.
Un modelo que haga énfasis en la formación de estudiantes con habilidades en la identificación y planteamiento de problemas y preguntas, la construcción de estrategias y algoritmos o procedimientos para resolverlas, el autoaprendizaje y la gestión de información, la selección y gestión adecuada de la información y desde luego en el aprendizaje y manejo adecuado de conceptos.
Por supuesto, este modelo debe contextualizar el momento preciso que se vive en Michoacán, en México y en el mundo, y que en términos generales se trata de un mundo hiperconectado con un vasto acceso (técnico) al conocimiento/aprendizaje, con una clara revolución tecnológica sobre todo en las tecnologías de la información y la comunicación, en donde debemos considerar la necesidad imperiosa de diversificar los recursos y generar una cultura de uso de las TIC, sin descuidar para nada una formación humanista, indispensable para entender y dar forma a ese contexto.
HORACIO CANO CAMACHO
Departamento de Comunicación de la Ciencia,
Coordinación de la Investigación Científica
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo
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